(Por Pablo Burgués)

Como te iba diciendo la semana pasada, Elmyr de Hory vendió su primera falsificación casi sin querer, a una ricachona coleccionista de arte llamada Lady Cambell. El muchacho llevaba una larga temporada en París tratando sin éxito de ganarse las habichuelas vendiendo sus propias creaciones, así que en cuanto cayó en la cuenta de que aquello de la piratería era una mierdita la mar de rentable, decidió dejar de hacer el primo y se puso a plagiar como un loco.

Se encerró a trabajar día y noche en la diminuta azotea parisina donde malvivía y cuando tuvo listos un buen puñado de cuadros pintados “al estilo de” Picasso, se fue de turné por Europa en busca de tolais a los que colocarles la mercancía. Aquellas falsificaciones eran realmente buenas y se vendían como churros, así que nuestro querido amigo pronto se vio en la obligación a ampliar su catálogo de autores imitados: Renoir, Matisse, Modigliani...

Para justificar frente a sus posibles compradores el hecho de tener tantísimas obras de arte en su poder, el chaval se inventó que descendía de una adinerada familia aristócrata húngara venida a menos y que ante la necesidad de cash se veía obligado a deshacerse de parte de su colección privada.

Para darle veracidad a aquella tremenda trola, Elmyr siempre llevaba consigo un retrato en el que aparecía él y su hermano vestidos de comunión. Este lienzo, pintado por él mismo, era una imitación de los cuadros de Philip Alexius de László, un famoso pintor húngaro conocido por sus trabajos para la realeza europea. Cualquier entendido en arte sabía que solamente alguien muy importante podía haber sido retratado por László, así que aquella jugada maestra dio manga ancha a De Hory para vender sus falsificaciones.

 

Pronto Europa se le quedó pequeña, así que a mediados de los años 50 decidió lanzarse a la conquista de los Estados Unidos. Un día de fiestuqui conoció a Fernand Legros Real Lessard, quienes se convirtieron en sus socios de fechorías, encargándose de colocar sus imitaciones por galerías, museos y colecciones privadas de medio mundo.

Pero en 1959, tras varios años living a tope limón por los States, alguien alertó a Elmyr de que la justicia americana le estaba siguiendo los pasos. Ante la poco atractiva posibilidad de terminar sus días en una jocosa cárcel de Texas, el chaval decidió abandonar el país con carácter de urgencia. Y como de tonto no tenía un pelo, no te creas que eligió el inhóspito desierto de Pakistán o las pantanosas selvas de Borneo para esconderse, sino las paradisiacas calas y las animadas discotecas de Ibiza.

El pintor, que no era de hoteles y mucho menos de campings, se instaló en una bonita casa payesa en Sant Josep y lo que iban a ser un par de semanas de asueto terminaron convirtiéndose en 16 años. Durante este tiempo Elmyr siguió fabricando alegremente “obras de arte” fakes que sus amiguitos Legros y Lessard iban convirtiendo en ricos dólares. Hasta que un día de esos tontos todo el chiringuito se les vino abajo…

 

Continuará…

 

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