(Por Pablo Burgués)

Hace un par de semanas estaba yo haciendo cola en un fritter-truck (una churrería ambulante de las de toda la vida vaya) y justo delante de mi había un personajazo de unos 40 y muchos años y 30 y pocos kilos que no dejaba de auto examinarse unas pequeñas quemaduras que tenía en su brazo derecho. El tipo, al que bauticé como jabón, se percató de que yo estaba observándolo y sin levantar la mirada de su brazo me dijo: “Te apuesto una docena de churros a que no aciertas de qué son estas marcas”. El sentido común y las leyes de la estadística me decían que me hiciese el loco y no le siguiera el rollo a aquel extraño ser, pero la madre Teresa de Calcuta que llevo dentro pensó que a aquel cuerpecito no le vendrían mal un buen puñado de grasas saturadas, así acepté la apuesta.

¿Te ha picado una medusa?, pregunté. “Negativo, respondió, tienes otra oportunidad”. ¿Un accidente doméstico?. “No fue un accidente pero sí que fue en mi casa, así que como buenos amigos lo dejaremos en empate y solo tendrás que pagarme media docena de churros”. Vaya, quién tiene un amigo tiene un tesoro pensé. Una vez aceptada mi derrota Jabón me contó que aquellas quemaduras se las había hecho el mismo a propósito con un hierro caliente. El objetivo de tan plausible acción no era otro que ponerse sobre las heridas abiertas no sé qué droga que al parecer sube mucho más si se aplica de esta forma. ¡Madre de Dios, qué macarrada, aquello parecía una escena censurada de la película Trainspotting!

Mientras esperábamos a ser atendidos mi nuevo viejo amigo siguió contándome las maravillosas cualidades de aquella sustancia: “En realidad no es una droga sino el veneno de una rana tóxica del amazonas llamada Kambo”. Ah, me dejas mucho más tranquilo, le dije. “Aquí en Europa no es muy conocida pero las tribus de Brasil llevan siglos usándola para limpiar el cuerpo y expulsar los malos espíritus de dentro”. Al ver su escuálida figura pensé que él debía de haberse tomado la rana por la cara b. “Si quieres probarlo puedes venirte a mi casa y le damos al tema”. Le agradecí aquel gesto de camaradería yonkil pero le dije que soy un tipo tirando a flojeras y que con el subidón de azúcar de los churros estaba servido por hoy.

 

“Bueno, si te digo la verdad a mi no me mola mucho el Kambo, lo de quemarse es un coñazo y luego el colocón no dura mucho. Yo prefiero el DMT puro. ¿Lo has probado?”. Por supuesto, le respondí, e inmediatamente saqué el móvil y me metí en Wikipedia a ver qué coño era eso: “La DMT o dimetiltriptamina es una sustancia psicotrópica extraída de la raíz de la Mimosa tenuiflora. Es utilizada por algunas culturas indígenas en sus rituales chamánicos ya que entre sus efectos destacan unas fuertes y elaboradísimas alucinaciones, comunicaciones no verbales con "seres desconocidos", "maquinaria y ciudades futuristas", "viajes a otras realidades y planos", "expansión mental", etc.

“Tío, esa mierda es como tener el puto telescopio Hubble en tus ojos”, dijo Jabón. Yo en un primer momento no entendí si el hecho de tener un amasijo de 11.000 kilos de hierro y papel de Albal dentro de tu córnea era un sinónimo de algo bueno o malo, así que le pedí por favor que me desarrollara en profundidad aquella maravillosa afirmación que acababa de realizar. Entonces me explicó que tras ingerir DMT tu vista se agudiza de tal manera que puedes ver las estructuras elementales de las que estaban hechas las cosas. Vamos que te conviertes en una especie de super microscopio andante.

 

Le dije que aquello me recordaba a los viejos anuncios de lavadoras que ponían en televisión en los que el presentador se hacía diminuto y al más puro estilo Indiana Jones se metía entre las hebras de un jersey para mostrarnos las manchas de suciedad desde dentro. Jabón se echó a reír y me dijo que aquella comparación le parecía muy acertada teniendo en cuenta lo que le sucedió en su último colocón de dimetiltriptamina o como coño se diga

(Continuará...)

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